Textos históricos

jueves, 26 de noviembre de 2009

COMENTARIOS DE TEXTOS

La primera tarea es la lectura del texto, que supone subrayar los conceptos esenciales y ordenar esquemáticamente las partes de que consta.

Un mismo documento puede ofrecer información temática de diverso tipo, por lo que se debe huir de escasillar un texto en una tipología estricta.

Como criterios básicos para señalar qué clase de documento se tiene delante, hay que tener presente:

A. La tipificación y caracterización del texto:

1. Primaria si la información es directa y coetánea de los hechos y secundaria, si es una interpretación de los hechos.
2. Según su naturaleza pueden ser narrativos (discursos, proclamas o informes), jurídicos (leyes, decretos o constituciones), literarios (memorias, cartas, artículos de prensa o novelas) e historiográficos
3. Según su temática puede ser de tipo económico, político, militar,...
4. El contexto social y el contexto espacio-temporal indicando cuándo y dónde fue escrito el texto y sus circunstancias históricas.
5. El autor y el destinatario del texto también interesa señalarlo, así como si es de carácter privado o público y la finalidad con la que se escribe, puesto que esos estos datos aportan significación concreta al documento y asigna un sentido diferente.

B. Análisis del texto,

Resumiendo de forma breve y clara, el contenido del texto, indicando sus ideas fundamentales y complementarias. Se puede seguir el orden del texto (con la explicación progresiva de personajes, instituciones o conceptos que estén en él y nos parezcan fundamentales para su comprensión) o reagrupar las ideas por orden de afinidad temática.

C. Contextualización del período histórico.

Se debe poner en relación los conocimientos históricos con el texto, distribuido en tres partes:

- Antecedentes, los hechos por los que como consecuencia tienen lo narrado en el texto.
- Hecho, el trasfondo histórico que envuelve lo que cuenta el texto.
- Consecuencias, lo que da lugar a partir de lo expuesto en el texto.

D. Valoración del texto.

Emitiendo juicios sobre el texto y el asunto que trata considerando la fiabilidad del documento, su importancia y trascendencia o su difusión en el momento de la elaboración.

martes, 13 de octubre de 2009

CRÍICA AL ANTIGUO RÉGIMEN

Nuestra Constitución está muy viciada; nuestros tribunales apenas sirven; los cuerpos del derecho se aumentan y se disminuye la observancia de las leyes. La agricultura clama por una ley agraria y, sin embargo, de lo ejecutivo de la enfermedad van pasando ya diecinueve años en consultas, y es de creer que la receta saldrá después de la muerte del enfermo. […] La libertad civil gime en una mísera esclavitud y los ciudadanos no tienen ninguna representación; las capellanías, obras pías y los mayorazgos crecen como la mala hierba, y es de temer no quede un palmo de tierra libre en el reino; a cualquiera le es permitido encadenar sus bienes y la mayor parte de las fincas están en manos muertas; el todo de las contribuciones reales, eclesiásticas y dominicales, sin contar las que pagamos al extranjero en la balanza del comercio pasan de dos mil millones, cuyo mayor peso carga sobre un millón escaso de agricultores medianos. Los holgazanes son más de seis millones, de los nueve y medio en que se regula nuestra población. Oficinas y empleados hay tres veces más de lo que se necesitaría. El Erario está empeñado. La potestad regia está descuartizada como los ajusticiados. Yo comparo nuestra monarquía en el estado presente a una casa vieja sostenida a fuerza de remiendos, que los mismos materiales con que se pretende componer un lado, derriban el otro, y solo se puede enmendar echándola a tierra y reedificándola de nuevo, lo cual en la nuestra es moralmente imposible, pues como un día me dijo el señor conde de Floridablanca: «Para hacer cada cosa buena es necesario deshacer cuatrocientas malas» […]. Aunque no niego que la emigración a las Américas, las guerras y los malos años hayan también coadyuvado […]. El primer paso sería el simplificar el gobierno cuanto fuere dable; alargar la libertad del pueblo cuanto dictare la prudencia; desencadenar todos los bienes raíces; aminorar o extinguir los privilegios heredables y hacer obedecer las órdenes que se expiden […]. Con esto la España mudaría de semblante sin necesidad de las costosas y complicadas operaciones que proponen Ustáriz, Ward y Arrequibar…
V.M. perdonará si me he excedido en algo, pues ya sabe que ignoro la lengua de la adulación y la mentira. 26 de enero de 1786.

León de ARROYAL, Cartas político-económicas al conde de Lerena, 1786

FRANCIA Y LAS COLONIAS BRITÁNICAS

Inglaterra no puede prescindir de las colonias, pues sin colonias no hay comercio, sin comercio no hay marina y sin marina Inglaterra no pasaría de ser en Europa una potencia de tercer orden.
Como consecuencia de la defección de sus colonias en el continente americano, Inglaterra se ve reducida a sus posesiones en las Antillas, a su extenso asentamiento en Asia y a sus factorías de África. […] Sus posesiones asiáticas constituyen para ella una fuente inagotable de riquezas, pero su intercambio comercial queda limitado a artículos de lujo, no proporciona salida alguna a sus objetos manufacturados nacionales y no utiliza para ello más que un menguado número de barcos y de marineros. Otro tanto sucede con sus factorías de África […] y la trata de negros que allí practica no tiene valor más que en la medida en que posea extensas plantaciones por cultivar allende los mares, en América.
Es esa necesidad imperativa de poseer inmensas colonias que dependan de la metrópoli, que absorban sus productos manufacturados y que den trabajo a un inmenso plantel de marineros, lo que ha obligado, hasta ahora, al gobierno inglés a adoptar esa postura tan ciegamente obstinada de mantener a toda costa bajo su yugo a los insurrectos. Es precisamente esa necesidad, experimentada por la nación entera, la que la impulsa a realizar, hoy en día, ingentes esfuerzos y en la que se halla el origen del espíritu de animosidad que, excepción hecha del partido de la oposición, impera en contra de sus colonias sumidas en la rebelión.
Si la pasión no tuviese por efecto enturbiar el sereno entendimiento a la hora de reflexionar, el gobierno inglés hubiese, ante todo, examinado con detenimiento la naturaleza de sus colonias del continente americano. Se hubiese percatado de que no era la misma que la de las demás colonias europeas, que la de las Antillas, por ejemplo, donde un reducido número de blancos sin enjundia y enervados domina a un gran número de negros y requiere de continuo la protección de tropas extranjeras; donde el país, al no producir más que artículos de lujo, depende totalmente de Europa para todas las necesidades de la vida. […] Las condiciones de vida reinantes en las colonias inglesas del continente americano son completamente distintas: son colonias agrícolas y
pobladas en su mayor parte por hombres libres; proporcionan a profusión todos los artículos de primera necesidad y asimismo muchos otros que sitúan a la metrópoli en un estado de dependencia con respecto a ellas. Si esta, a su vez, las hace depender de ella a través de sus manufacturas es mediante leyes forzadas y prohibitivas que se sacudirán esos nuevos territorios, recobrando su libertad, construyendo manufacturas del mismo estilo para las cuales poseen además las materias primas en su propio seno, y otorgando a todas las naciones el libre acceso a sus puertos. Así pues, semejantes colonias están indefectiblemente destinadas a formar, el día de mañana, un Estado independiente de Europa […].

Memoria del Duque de Broglie al rey Luis XVI, febrero de 1776

FISIOCRACIA

Nunca dejen de tener presente, ni el soberano ni la nación, que la tierra es la única fuente de riquezas, y que la agricultura es la que las multiplica. Pues el aumento de la riqueza afianza el de la población; los hombres y las riquezas hacen prosperar la agricultura, amplían el comercio, vivifican la industria, aumentan y perpetúan las riquezas. De esta fuente copiosa depende el buen éxito de todas las partes de la administración del reino.
Asegúrese a sus legítimos poseedores la propiedad de los bienes raíces y de las riquezas muebles, pues la seguridad de la propiedad es el fundamento esencial del orden económico de la sociedad. Sin la certidumbre de la propiedad, el territorio permanecería inculto. No habría propietarios ni arrendadores que hiciesen los gastos necesarios para darles valor y cultivarla si no se asegurase
la conservación de los bienes y de los frutos a quienes hacen las inversiones necesarias para dichos gastos. La seguridad de la posesión permanente es la que estimula el trabajo y la inversión de riquezas en la mejora y cultivo de los terrenos y en las empresas industriales y comerciales. Únicamente la potestad soberana asegura la propiedad de los súbditos y posee un derecho originario a participar de los frutos de la tierra, fuente única de las riquezas.
La nación que tuviere un territorio grande que cultivar y facilidad para ejercer mucho comercio de productos de la tierra, no emplee demasiado dinero y hombres en las manufacturas y en el comercio de lujo, con detrimentode los trabajos y gastos de la agricultura, pues, ante todo y sobre todo, el reino debe estar muy poblado de agricultores ricos.
Manténgase intangible la libertad de comercio; pues la política de comercio externo e interno más exacta, más segura, más provechosa para la nación y el Estado consiste en la plena libertad de competencia.
No se haga tanto hincapié en el aumento de población cuanto en el incremento de los ingresos; pues la mayor holgura que traen consigo los ingresos cuantiosos es preferible a las apremiantes necesidades de manutención que exige una población excesiva con relación a los ingresos, y hallándose el pueblo en la holgura, hay más recursos para las necesidades del Estado y también más medios para hacer medrar la agricultura.
Evite el Estado los préstamos que forman rentas financieras, pues le cargan de deudas evoradoras y ocasionan un comercio o tráfico de capitales, mediante documentos negociables, cuyo descuento acrecienta cada vez más las fortunas pecuniarias estériles. Tales fortunas desvían de la agricultura a los capitalistas y privan al campo de las riquezas necesarias para la mejora de los bienes raíces y la explotación del cultivo de la tierra.
François QUESNAY, Fisiocracia o Gobierno de la Naturaleza, 1768

LA BURGUESÍA DEL SIGLO XVIII

Entre las clases privilegiadas y las que ocupan los últimos lugares de la jerarquía social, la burguesía del siglo XVIII se afianza como la plataforma en la que va a gravitar próximamente el peso total de las manifestaciones políticas, económicas y culturales de la Humanidad. En el transcurso de las centurias precedentes, la burguesía nacional se había hecho cargo de la dirección del capitalismo comercial y financiero, a la vez que se infiltraba en la agricultura y en la administración del Estado. Esta gran burguesía llega al Dieciocho ennoblecida, formando parte de las clases aristocráticas del país.
Pero la masa burguesa, la que en conjunto se apropió del nombre del Tercer Estado, abre las puertas del siglo con un nuevo ímpetu, fuerza e ideología. Entre esa burguesía no privilegiada, alta y baja, negociantes, industriales, hombres de leyes, patriciado urbano, se difunden las nuevas concepciones ideológicas, racionalistas y críticas, que postulan una transformación política y social. Porque la burguesía, de espíritu emprendedor e innovadora, conociéndose como elemento vital de la sociedad de su siglo, pretende quebrantar las prescripciones y privilegios que le vedan el acceso a los cargos públicos y al ejército y la colocan en posición desventajosa frente a las clases sociales aristocráticas.

Jaime VICENS VIVES, Historia general moderna

EL CONTRATO DE SOCIAL

Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y permanezca tan libre como antes… tal es el problema fundamental cuya solución da el contrato social. […] Dicho contrato puede enunciarse así: cada uno pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general. […]
¿Qué es, pues, el gobierno? Un cuerpo intermediario establecido entre los súbditos y el Soberano para su mutua correspondencia. […] De suerte que en el instante en que el gobierno usurpa la soberanía, el pacto social queda roto, y todos los simples ciudadanos, vueltos de derecho a su libertad natural, son forzados, pero no obligados, a obedecer. […]
La soberanía no puede estar representada, por la misma razón por la que no puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad no se representa; es la misma o es otra; no hay término medio. Los diputados del pueblo no son, pues, ni pueden ser sus representantes, no son más que sus mandatarios; no pueden concluir nada definitivamente. Toda ley no ratificada por el pueblo en persona es nula; no es una ley. El pueblo inglés cree ser libre, y se engaña mucho; no lo es sino durante la elección de los miembros del Parlamento; desde el momento en que estos son elegidos, el pueblo ya es esclavo, no es nada. […]
Si se busca en qué consiste el bien más preciado de todos,que ha de ser objeto de toda legislación, se encontrará que todo se reduce a dos cuestiones principales: la libertad y la igualdad, sin la cual la libertad no puede existir. Renunciar a la libertad es renunciar a ser hombre, a los derechos y a los deberes de la humanidad. Semejante renuncia es incompatible con la naturaleza del hombre:
despojarse de la libertad es despojarse de moralidad. […]
La verdadera igualdad no reside en el hecho de que la riqueza sea absolutamente la misma para todos, sino que ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro y que no sea tan pobre como para verse forzado a venderse. Esta igualdad, se dice, no puede existir en la práctica. Pero si el abuso es inevitable, ¿quiere eso decir que hemos de renunciar forzosamente a regularlo? Como, precisamente, la fuerza de las cosas tiende siempre a destruir la igualdad, hay que hacer que la fuerza de la legislación tienda siempre a mantenerla.
Por tanto, si se aparta del pacto social lo que no pertenece a su esencia, encontraremos que se reduce a los términos siguientes: cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general; y nosotros recibimos corporativamente
a cada miembro como parte indivisible del todo.
Jean-Jacques ROUSSEAU, El contrato social o principios de derecho político, 1762

EL DESPOTISMO ILUSTRADO

A mediados del siglo XIX los historiadores alemanes lanzaron la expresión «despotismo ilustrado» –en oposición al «despotismo de corte», a lo Luis XIV– para designar a la práctica gubernamental de varios soberanos y ministros europeos de la segunda mitad del siglo XVIII. Pero el fenómeno es complejo y varía de unos países a otros. […]
En un primer momento, el despotismo ilustrado apareció como el encuentro entre la política y la filosofía. José II declaró en 1781: «He hecho de la filosofía la legisladora de mi Imperio». Salvo raras excepciones, entre las que destaca Rousseau, los dispensadores de las Luces, que vivieron
siempre en una sociedad monárquica y que creían firmemente, como el padre Baudeau, que «es más fácil convencer a un príncipe que a una nación», no creen que el bienestar de un pueblo pueda tener otro origen que los tronos. En El despotismo de la China (1766) Quesnay llega incluso a proponer este régimen como modelo y dice que conviene al bien común «que la autoridad soberana sea única y superior a todos los individuos de la sociedad y a todas las injustas empresas que responden a intereses particulares». Nadie se opone a los monarcas, a condición de que respeten las libertades privadas y trabajen para el bien común. La táctica de los
filósofos era conquistar a los príncipes y hacer que aceptasen las reformas. En 1769, Voltaire escribió: «No se trata de hacer una revolución como la del tiempo de Lutero, sino de realizarla en el espíritu de los que están destinados a gobernar». Con esta actuación es posible que a fines de siglo se hayan evitado revueltas sanguinarias en algunos países. En Francia, sin embargo, el cese de Turgot por Luis XVI después de dos años de esfuerzos, firmó la condena de la monarquía, hasta que el desorden abrió camino a Bonaparte, que algunos consideran el más grande de los déspotas ilustrados.
Por otra parte, la mayoría de los príncipes descubrieron el valor de la propaganda y se preocuparon por controlar la naciente opinión pública, en cuyo origen hay que situar a escritores y pensadores que mantenían una voluminosa correspondencia a través de Europa. Luis XV, que
había permanecido indiferente a las alabanzas, fue muy pronto blanco de las críticas de los filósofos. Sin embargo, otros soberanos entablaron con ellos relaciones muy cordiales: Federico II llamó a Voltaire a Potsdam (1750-1753). Y Catalina II invitó a Diderot a San Petersburgo (1773-1774). En plena guerra de los Siete Años se celebraron, en la propia Francia, las victorias de Federico II sobre Francia, considerándolo como una victoria de la filosofía sobre las fuerzas oscurantistas.

Bartolomé BENNASSAR, Historia Moderna, 1980

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